Sesión previa al visionado
b. El escenario de la película
01. Geografía, etnias, clanes y Estado
Pie de foto: Mapa de grupos étnicos de afganistán. Por BBC World.
Encrucijada de Irán, Asia Central, China e India, en Afganistán una geografía de valles impenetrables y altas montañas configura el territorio, la administración y la fragmentación étnica entre pueblos, tribus y formas diferentes de ejercer la religión de unos 33 millones de habitantes. El 42% de la población es pastún –situados en los valles del este y sur el 27%– tayikos persáfonos, en el centro y el extremo nordeste; un 9% uzbekos, en el norte; y otro 9% hazaras, en el centro montañoso. Finalmente, un 13% pertenecen a otros grupos étnicos. El 99% son de religión musulmana, la mayoría suní, salvo los hazaras, que son chiíes, la tendencia minoritaria del islam.
La denominación “afgano” aparece en inscripciones sasánidas del siglo III y IV y en autores indios (con el nombre de avagana) y fue asumida por los pastunes. Al cabo de los siglos, a causa de las invasiones mogolas y gaznawíes, los pastunes se extendieron hasta las estribaciones del sur del Hindu Kush, con sus diferentes tribus. En el rompecabezas de Afganistán se superponen diversas fidelidades. También influyen las disputas religiosas. Primero, la interpretación ortodoxa de los ulema y los sufíes tradicionales frente a los movimientos islamistas y los grupos talibanes. Luego la convivencia o enfrentamiento con los chiíes hazaras.
Pie de foto: Un hombre pastún con sus hijos. Por colinroots.
Cada persona afgana se identifica con una genealogía patrilineal, que existe como un grupo de solidaridadmás o menos endogámico, sea cual sea su componente sociológico: tribu, clan, grupo profesional, casta, grupo religioso, comunidad campesina o simplemente una familia ampliada, que reparten favores y recogen beneficios. La tribu se forma sobre la base de varios grupos de solidaridad ligados por un derecho consuetudinario, una serie de valores específicos y un conjunto de instituciones originales, unas veces como factor de estabilidad, otras como conflicto, como son la Loya Jirga (asamblea de los hombres de las tribus o de sus confederaciones) o el pastunwali, al mismo tiempo código e ideología entre los pastunes.
El primer estado afgano se formó en 1747, a partir de una confederación tribal pastún. Afganistán ocupó la mayor parte del territorio entre el Amu Darya y el mar de Omán. Luego, en la práctica, desapareció debido a las luchas tribales. La tensión o “Gran juego” (a mediados del siglo XIX, entre Rusia y Gran Bretaña, que nunca consiguió colonizar esas tierras) determinó la reaparición de Afganistán como Estado-tapón que separaba ambos imperios. Se incorporaron los territorios al norte de la cordillera del Hindu Kush y quedaron delimitadas las fronteras actuales, en las que se estableció una estructura étnica más compleja, al sumar pueblos hazaras, uzbekos y tayikos. En 1893, la línea Durand fijó la frontera sur, que delimitaba Afganistán de las zonas de influencia del Imperio británico en la India de entonces. Esta línea es uno de los determinantes de los conflictos actuales, porque separa a la etnia pastún, dividida desde esa fecha en Afganistán y Pakistán.
La historia del Estado afgano es el intento de superación de las tribus. El poder del emir de Kabul y el islam, inserto en la sociedad comunitaria tradicional, pretenden cohesionar el nuevo Estado. Sin embargo, existe un duro enfrentamiento entre el centralismo de la burocracia estatal, ubicada en la capital y las comunidades rurales. Los pastunes se atribuyen la posesión de Afganistán en exclusiva frente a otras etnias. Igualmente, los diferentes clanes, castas o grupos de solidaridad específicos de los pastunes se disputan el poder entre ellos.
Hazaras
Las poblaciones que habitan la región de Hazarajat, formada especialmente por las provincias de Bamiyán y Day Kundi son hazaras, descendientes de la mezcla de mil (significado de hazara) guerreros mogoles (siglo XIII) que se unieron con la población original de esas tierras. Hablan el hazaragi, dialecto de la lengua persa y son musulmanes chiíes. Allí vive la niña Baktay y es el lugar también de los Budas de Bamiyan.
Pie de foto: Niñas hazaras en la escuela, Kabul. Por Kabulboy.
Las condiciones de vida de la población hazara han empeorado desde los años 70 a causa de las sequías, la lucha contra los soviéticos y las sucesivas guerras civiles. Ahora sus tierras producen sólo un tercio de sus necesidades alimentarias. La etnia hazara ha sido marginada y despreciada por las demás por su tendencia religiosa chií (herética para los suníes) y también por sus rasgos físicos mogoles. Fueron duramente perseguidos por los talibanes. Las familias hazaras sentían vergüenza de su identidad y las mujeres y los niños y niñas se refugiaron en sus casas. Miles de personas hazaras tuvieron que trasladarse a vivir en Turkmenistán, Pakistán, India, Irán y hasta Australia, Indonesia y Canadá. La destrucción de los Budas de Bamiyán fue un desastre para los hazaras porque eran el símbolo y alma de este pueblo. Ustad Abdul Ali Mazari fue el patriarca de la nación hazara hasta su ejecución por los talibanes en marzo de 1995.
La situación de la población hazara ha mejorado después del derrocamiento de los talibanes en 2001. Sus gentes pueden acudir a las universidades y disponer de trabajos a los que antes no podían acceder. Sus tierras apenas tienen campos de amapolas, destinados a la droga. Representan el 40% de la población de Kabul y un porcentaje significativo forma una cierta clase media. Hazaras han sido uno de los vicepresidentes del país y el parlamentario que logró más votos en las elecciones Además, muchas mujeres hazaras figuran entre los sectores sociales más avanzados de Afganistán: no visten el burka, sino trajes tradicionales de colores, y se han incorporado a la enseñanza, la medicina y la política. Hazara es la primera y única mujer gobernadora, en este caso Habiba Sarobi, antes ministra para los Asuntos de las Mujeres y desde 2005 al frente de la provincia de Bamiyán durante cinco años.
Budas de Bamiyán
Entre finales del siglo IV y finales del siglo VI se edificaron en el valle de Bamiyán, 230 kilómetros al noroeste de Kabul, dos figuras de Buda, una de 38 metros de altura y 2 de fondo, la otra de 55 metros y 12 metros de profundidad. Estos dos monumentos estaban esculpidos directamente en la roca de un acantilado de arenisca en la montaña y encajados en nichos. Formaban parte de un complejo monástico en el que vivían más de un millar monjes budistas, un verdadero centro de religión, filosofía y arte. Las caras estaban recubiertas de máscaras de madera. Los pliegues de sus túnicas (sangati) estaban formados por tres capas de arcilla muy finas, mezclada con paja y bañada con estuco. Las capas inferiores de los adornos estaban sujetas mediante cuerdas atadas a estacas de madera. Investigaciones de un equipo de la Universidad Técnica de Munich descubrieron que el interior de sus ropajes lucían colores azules, rosas y naranjas y, luego, por fuera, rojo la estatua mayor y blanco la pequeña. Detrás de los dos Budas, se han encontrado en las grutas frescos al óleo que representan escenas del budismo, dibujadas por monjes o viajeros de la ruta de la seda.
Pie de foto: Buda de Bamiyan antes de su destrucción, por Volker Thewalt (thalpan). Y cuevas en Bamiyan sin los Budas, por Tanya Murphy (turnip!).
Las estatuas de Buda y los frescos son testimonio de la escuela Gandara, un estilo arquitectónico que mezcla la influencia griega y el budismo indio. Declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, son una muestra de la diversidad cultural e histórica de la región. La intransigencia y el dogmatismo de una falsa interpretación del islam proclamada por los talibanes consideraron que eran ídolos y acabaron con uno de los símbolos más representativos de Afganistán. El 26 de febrero de 2001, el mulá Omar, líder del régimen talibán, ordenó la destrucción de todas las estatuas del país. Los dos Budas gigantes estallaron en pedazos el 18 de marzo de ese mismo año. En palabras de Irina Bokova, directora general de la UNESCO: "Fueron destruidos en el contexto del conflicto devastador en Afganistán y para socavar el poder de la cultura como fuerza cohesiva de los afganos"
. Ahora se estudia la posibilidad de hacer una simulación por ordenador o de recomponer fragmentos, ya que es prácticamente imposible reconstruir las esculturas.
02. Del islam tradicional al extremismo talibán
Además de un hecho religioso privado, el islam es cultura, forma de vida y política. Aunque Dios es uno, la práctica del islam es múltiple, gracias a la interpretación y a su adaptación a las costumbres locales. Va más allá de las rivalidades entre los pueblos, las tribus y los clanes. La religiosidad se manifiesta en la vida cotidiana de los pueblos, como identidad cultural y horizonte común de todas las dinámicas religiosas. El 85% de la población afgana es musulmana suní. El resto son de rito chií. Los doctores de la ley o ulema; las cofradías sufíes de inspiración mística y el islam popular se superponen - en muchos momentos en constante lucha - con los códigos tribales y los nuevos movimientos islamistas, que consideran el islam como elemento central de la acción política orientada a resolver todas las injusticias. La mezquita es el lugar de oración y espacio e encuentro. En Afganistán se manifiesta la oposición entre un islam relacionado con formas y vivencias tachadas de supersticiosas y mágicas y un islam purificador.
Pie de foto: Un hombre reza en una mezquita en Kabul. Por United Nations Photo.
Los ulema dirigen las escuelas coránicas (madrasas) y son expertos en la ley islámica merced a su formación, muchos de ellos en la gran escuela de Deoband (India) y, después de la partición de la India, en Peshawar, centro de perfeccionamiento de los más conservadores. De allí proceden los talibanes. Los ulema tradicionalistas surgen en escuelas privadas, enfrentados a los ulema instruidos en las escuelas públicas regidas por el Estado, exclusivamente en las ciudades, más modernistas y próximos a la intelectualidad, en un intento de controlar la enseñanza religiosa. Los tradicionalistas son mayoritarios y poseen el sentimiento de pertenecer a la comunidad musulmana universal, más que a una nación o tribu en particular. Muchos de ellos, extremadamente apegados a la literalidad estricta de los textos, a una reglamentación mecánica, casuística y tradicional, apenas se adaptan al mundo moderno y se quedaron marginados frente a las nuevas elites islamistas, hasta que los talibanes recogieron sus enseñanzas más extremas para configurar un poder excluyente.
Si los ulema tradicionalistas fundamentan la política en la ética y el derecho musulmán, los islamistas, impregnados de conceptos políticos occidentales (soberanía, democracia, partido, revolución...) realizan una acción definida primero desde la política y el Estado. Vuelven al Corán para explicar los problemas actuales. Pero, según la opinión tradicionalista, sólo los ulema podrían llevar a cabo la interpretación. Sin embargo, los islamistas advierten que ésta es posible por el consenso de toda la comunidad de los creyentes - a modo de sufragio universal - o mediante la inclusión de intelectuales islamistas en el sistema de ulema.
Sin embargo, en su choque con la sociedad y el Estado musulmán, que no les permite actuar políticamente, y en el enfrentamiento con los ulema, los movimientos islamistas, desde los años 80, darán prioridad a la moralización rigurosa de la vida cotidiana y a la implantación estricta de la ley islámica más arcaica.
La resistencia afgana contra la invasión soviética y el antiguo régimen se articuló mediante la suma de todas estas diferencias y se inscribe en una larga tradición de movimientos populares alzados, en nombre del islam, contra los imperialismos extranjeros colonizadores.
Talibanes
Pie de foto: El general Parvez Kayani, jefe del Estado Mayor del Ejército de Pakistán y el general McChrystal, comandante de la OTAN. Por isafmedia.
Este movimiento político-religioso ultraconservador surgido en 1994 en los campamentos de la población refugiada afgana en el norte de Pakistán, controló con puño de hierro los destinos de Afganistán desde 1996, cuando vencieron a otras tendencias del islam afgano hasta octubre de 2001, fecha de su derrocamiento por la Alianza del Norte, con el apoyo de los Estados Unidos. Siempre han estado amparados y financiados por algunos jeques de Arabia Saudíy por los servicios secretos paquistaníes (ISI), con el objetivo de consolidar su influencia sobre Afganistán. Los talibanes –de origen étnico pastún, un elemento más que contribuyó a su llegada al poder en 1996– fueron acogidos en un principio como salvadores por la población afgana, harta de la violenta lucha entre las diversas banderías étnicas y clánicas y sus consecuencias de destrucción, éxodo y hambre.
La aparición de los talibanes respondió al triunfo de los ulema más ultraconservadores, que se impusieron por la fuerza al resto de tendencias religiosas. Los talibanes liquidan la diversidad musulmana. Defensores de la intransigencia del neoislamismo conservador en la política, la economía, la moral y de cualquier interpretación modernizadora del islam, aunque ésta se proponga desde los mismos fundamentos religiosos. Los talibanes, a pesar de ser estudiantes (talib, estudiante de teología), no están especialmente instruidos en la historia, la variedad textual y la multiplicidad de las ideas islámicas. Están obsesionados con extender una regeneración puritana e intolerante de las costumbres en la vida cotidiana. Negaron el acceso de la mujer a la educación, el trabajo y la política, para que continúe segregada y recluida de forma especialmente brutal.
Pie de foto: Mujer afgana con burka en la calle. Por Nasim Fekrat Afghan Lord.
Al cabo de los años hasta la actualidad, los talibanes han recuperado protagonismo y territorio. Nunca desaparecieron, sino que se mezclaron con los habitantes y se fundieron con el paisaje, a la espera de una relación de fuerzas favorable. Los talibanes se han reforzado y confluyen con otras fuerzas. Desde 2010 actúan ya en 30 de las 34 provincias del país. Han sido capaces de infiltrarse en las fuerzas de seguridad, formar unidades especializadas (el Lashkar Al-Zil o Ejército de la sombra, junto a los talibanes paquistaníes, Al Qaeda y el Hezb-i-Islami afgano). En los pueblos y aldeas, profundamente conservadores en términos religiosos y de costumbres, los talibanes compran voluntades con los ingresos del cultivo del opio, ofrecen trabajo y escuelas, no como en el pasado cuando se impusieron sólo con las armas. Los talibanes tienen su retaguardia logística y de entrenamiento en Baluchistán y la Provincia Fronteriza del Noroeste, protegidos por los clanes pastunes, los imanes ultraconservadores y una alianza de partidos religiosos.
03. La prueba de fuego de la guerra
Pie de foto: Soldados norteamericanos. Foto cedida por Sergio Caro ©.
En Afganistán se libran varias batallas. Una es la insurrección de los talibanes y una federación de varios grupos yihadistas de antiguos y nuevos señores de la guerra contra el Gobierno de Kabul y la intervención extranjera. Han establecido redes de apoyo en varias zonas –sobre todo en la frontera con el norte de Pakistán- que sumadas configuran un territorio liberado, en el que han creado una administración paralela al Estado afgano.
Desde el golpe de Estado comunista, en 1978, contra la república de Mohamed Daud, existe también un conflicto étnico. Se enfrentan los pastunes contra otras etnias minoritarias: tayikos, hazaras y uzbekos, ahora en el poder. Igualmente, se desarrolla una guerra clánica entre los pastunes del presidente Karzai y los pastunes transformados en talibanes. Los talibanes han aprovechado la quiebra del sentimiento nacional, las crisis interétnicas y el tradicionalismo religioso de la población afgana para proseguir una guerra más - esta vez ideológica - acompañados de la violencia terrorista de Al Qaeda. Actúan con una doble estrategia: demostrar que su control del país es mayor que el del gobierno central y lograr la salida de Afganistán de las tropas extranjeras, por desgaste. Los negocios sucios del gobierno de Karzai y sus amigos, el escaso conocimiento de las fragmentaciones clánicas y religiosas por parte de los occidentales, los ataques indiscriminados contra la población y la ineficacia en la reconstrucción han provocado que los insurrectos consigan nuevos partidarios.
Pie de foto: Despliegue militar en Afganistán de la ISAF en noviembre de 2006. De Wikipedia.
Ni las tropas de EEUU en la Operación Libertad Duradera, ni las fuerzas de la OTAN, entre ellas el contingente español, consiguen frenar el avance de los extremistas. El objetivo estadounidense es liquidar las bases talibanes y de Al Qaeda, proteger algunas ciudades e infraestructuras, formar al Ejército y la policía y proceder a labores humanitarias, mezcladas con tareas de inteligencia e información. Una doble función criticada por la Agencia para el Socorro Afgano, grupo de coordinación de las ONG, porque esta suma puede provocar en la población más confusión que ventajas
La población se queja de que la mayoría de las personas muertas son civiles (30.000 personas muertas desde 2011) y de que las autoridades militares no dan prioridad a los planes de reconstrucción ni a las mejoras sociales, ni respetan las costumbres autóctonas y, mucho menos, explican adecuadamente las nuevas leyes.
Afganistán es la prueba de un fracaso bélico y político. Sin mejoras en las condiciones de vida; ni líderes políticos fiables, ni expectativas próximas de una democratización real; con una espiral de violencia cada vez mayor y mientras se cocina un compromiso con los talibanes ¿para qué ha servido la guerra?
04. Mujeres afganas: derechos vulnerados
En Afganistán, los hombres deciden por las mujeres, cuyos derechos no importan. Los códigos tribales señalan que la mujer (zan) es propiedad del hombre. Son tradiciones de la sociedad rural, en las que las mujeres representan una pieza de valor y hasta de intercambio, como el oro y la tierra. La interpretación más conservadora del islam, común en todo el país, incrementa la dominación de los hombres sobre las mujeres.
Segregadas y ocultas debajo del burka, las mujeres también son víctimas en la vida cotidiana. Muchas sufren la violencia de género en los espacios públicos y en sus familias. Si nos fijamos indicadores como la salud; la violencia sexual y no sexual; los factores culturales o religiosos; los recursos económicos y el tráfico de personas; la inseguridad y la violencia; el deterioro del sistema de salud (44 años de esperanza de vida; una de cada 11 mujeres muere en el parto) y el empobrecimiento, hacen de Afganistán el país del mundo más peligroso para las mujeres.
Pie de foto: Grupo de adolescentes afganas. Foto cedida por Sergio Caro ©.
El analfabetismo es general entre ellas: un 87%. No obstante, se han dado avances respecto a la época talibán: un tercio de las personas escolarizadas (cinco millones) son niñas, aunque todavía en escuelas separadas de los niños. Más de 300 centros han cerrado debido a los ataques de los extremistas, especialmente en el este y el sur del país.
Los hábitos sociales que condenan a las mujeres a vivir en condiciones de inferioridad y marginación y la escasa voluntad de los dirigentes políticos para crear un estado de derecho prevalecen sobre las reformas legales e institucionales, después de la caída de los talibanes. El sistema judicial refuerza la impunidad de los autores de violaciones contra los derechos de las mujeres.
Las consecuencias del sistema patriarcal impuesto en Afganistán se comprueban aún con más dureza en el ámbito privado, regulado en el mundo rural por consejos de sabios religiosos conservadores, como si fueran tribunales. Los matrimonios son asuntos de familia: un 60% se realizan por la fuerza y el 57% se producen antes de los 16 años. La costumbre dictamina que entregar una hija (baad) a la familia del posible enemigo sirve para resolver los conflictos, a cambio de una compensación económica. Igualmente, se practica el badal o intercambio de una mujer por un hombre para el matrimonio. Las viudas pertenecen a la familia del marido. Ocho de cada diez mujeres afganas padecen la violencia en sus casas. Sus autores quedan sin castigo porque la violencia sexual en el matrimonio no se considera delito. Los problemas psicológicos están a la orden del día: casi el 30% de las mujeres entre 15 a 35 años mencionan que sufren depresiones. Algunos datos reflejan efectos más terribles: cerca de 500 se suicidan quemándose vivas cada año, de las que un 28% son esposas jóvenes.
Las tradiciones machistas implican el rechazo a que las mujeres participen socialmente. Las intimidaciones son frecuentes cuando ellas quieren tomar la palabra o ejercer funciones públicas (policías, periodistas, presentadoras de televisión, parlamentarias...). Algunas han sido asesinadas.
Las componendas del gobierno de Karzai con jefes tribales y religiosos –incluidos algunos talibanes– para ganar votos representan un retroceso todavía mayor en los derechos de las mujeres. La Ley del Estatuto Personal Chií (2009, revisada después por la presión de los aliados) permite que la población de esta tendencia religiosa tenga normas propias en materia de derecho familiar. En este caso, legaliza el tamkeen, la obligación de satisfacer los deseos sexuales de los maridos. Asimismo, restringe la libertad de movimiento de las mujeres sin permiso de sus familiares masculinos. Las esposas tampoco pueden heredar las casas y tierras de su marido. La autoridad legal queda a cargo de los clérigos chiíes en las relaciones entre hombres y mujeres.
Es un paisaje doloroso y desolador. Pero incompleto: muchas mujeres afganas también reivindican y defienden sus derechos, como veremos más adelante en el apartado 2.b Claves desde la educación para la libertad.